PERICLES Y LA DEMOCRACIA

A pesar de los ataques de sus enemigos, Pericles gano el favor popular y durante tres décadas llevo a Atenas a la cima de su gloria, los imponentes vestigios que aun quedan de la acrópolis griega aun nos testifican de su ingenio y valor.

Pericles estuvo al frente de los destinos de Atenas durante casi treinta años; en ese tiempo, fue el baluarte del régimen democrático ateniense (que él contribuyó a forjar) e hizo de la Acrópolis un monumento imperecedero a la gloria de su ciudad. Pericles no fue «el inventor de la democracia», como se ha escrito alguna vez; pero sí quien llevó ese sistema de gobierno del pueblo y para el pueblo a su perfección y su consolidación histórica de un modo ejemplar. La democracia ya estaba bien asentada en Atenas y gozaba en esa época de un amplio respaldo popular gracias a las reformas de Clístenes, en 507 a.C., que limitó el poder del Aerópago, un Consejo cuyos poderes dividió entre la ‘Boulé’ o Consejo de los Quinientos (la asamblea del pueblo) y los tribunales populares. Además, tras las resonantes victorias sobre los persas, en Maratón en el año 490 a.C., y en Salamina, diez años después (combates que el gran historiador Heródoto presentó como merecidos triunfos del valiente pueblo ateniense, amante de la libertad), la ciudad se había consolidado como el centro neurálgico de un nuevo imperio marítimo y se arrogaba el papel de defensora de la libertad de toda Grecia. En firme contraste con la conservadora y militarizada Esparta, que pronto renunció a todo papel hegemónico, la democrática Atenas, confiada en su nueva y poderosa armada, asumió la dirección de la liga de Delos con vocación imperialista. Hacia el año 460 a.C., el joven Pericles ascendió al primer plano de la escena política. Desde entonces y durante un período de casi treinta años, Pericles se mantendria al frente de la política ateniense para hacer de la vieja ciudad de Cécrope -fundador mítico de Atenas- una metrópolis atractiva por su riqueza, su cultura y su libertad, una magnífica «escuela de Grecia», paradigma de progreso, arte y saber. Lo decisivo era sólo el voto directo e igualitario de la mayoría de los ciudadanos reunidos en la asamblea durante las fechas marcadas por el Consejo de los Quinientos, en la que cualquier ciudadano tenía igual derecho a hablar y expresar su opinión con entera libertad de palabra. En todo caso, para obtener el apoyo de la mayoría se precisaba el dominio de la palabra, claridad de ideas y argumentar con sólidas razones. En este escenario, Pericles se impuso por su elocuencia, inteligencia y patriotismo, y ejerció con su vibrante retórica y sus claras ideas un persistente magisterio, revalidado una y otra vez por sus conciudadanos. Pericles realmente actuaba como un primer ciudadano, sin ningún rasgo despótico, sin el menor egoísmo personal, volcado totalmente al servicio de su proyecto de construir una Atenas magnífica y poderosa, una ciudad ideal por la que valía la pena luchar y morir, como la que evoca en su famoso discurso fúnebre durante el primer año de la guerra del Peloponeso contra Esparta (según el texto de Tucídides, que, sin duda, refleja bien sus ideas). Emprendió también un ambicioso plan de embellecimiento de Atenas, con la monumental reconstrucción de templos y estatuas en la Acrópolis, la colina sagrada de la ciudad, destruida por los persas en el año 480 a.C., y con la fortificación de los Muros Largos, que iban desde Atenas hasta los puertos del Pireo y Falero. Convirtió Atenas en un centro cultural y de progreso. Allí disertaban famosos sofistas, y trabajaban grandes arquitectos y escultores como su amigo Fidias, a quien encargó la dirección de las obras de la Acrópolis. Los enemigos de Pericles intentaron socavar su prestigio con ataques a sus amigos más cercanos; acusaron con diversos cargos al filósofo Anaxágoras, al escultor Fidias y a la bella Aspasia, su compañera y amante tras el divorcio de su primera esposa. Luego vino, imparable, la guerra, y en 430 a.C., un pleito injusto que le obligó a un retiro forzoso: se le acusó de gasto excesivo, lo que conllevó una multa y la no elección como estratega ese año. Luego se desató la terrible peste en la Atenas asediada, y con ella llegó su muerte, en 429 a.C.,que le ahorró asistir a los terribles desastres y la triste agonía y derrota final de su amada ciudad.